EL RETORNO A LOS GRANDES AFOROS

 EL RETORNO A LOS GRANDES AFOROS

Todos los que llevamos décadas en el oficio hemos visto evolucionar el sector del ocio y el espectáculo desde la estructura más primaria al negocio que en 2019 representaba el 1,8% del PIB español con 20.000 millones de euros de facturación anual y una demanda social de más de 17 millones de españoles y 40 millones de extranjeros. El 50% del turismo internacional que nos visita consume habitualmente esta actividad de la que, directa o indirectamente, viven en España más de 1.000.000 de familias. Esta constante adaptación ha cambiado, es evidente que para mejor, tendencias, protocolos y legislación; dejando atrás viejos usos y empresas que no supieron adaptarse y generando nuevos conceptos y sinergias que han fructificado en los grandes eventos y salas que hoy son reconocidos a nivel internacional.

Siempre fue este un negocio complicado y condicionado por la temporalidad y la realidad del momento. Cada actividad, cada proyecto, cada espectáculo sueña con el éxito, trabaja para ello y debe afrontar el riesgo del fracaso, que en muchas ocasiones se combate con pasión e insistencia. El rendimiento económico va y viene según campañas y la propia idiosincrasia del sector te obliga a fuertes inversiones con mucho tiempo de antelación para la planificación y desarrollo. Contratación de artistas, permisos, adecuación de espacios, arrendamiento de infraestructura, seguros, marketing, y además mantener los equipos de gestión y producción; son costes con los que hay que lidiar hasta el momento de comenzar a rentabilizar el proyecto. Siempre ha habido cancelaciones, pero más allá de las contingencias habituales, jamás habría pasado por la cabeza de cualquiera de los profesionales del sector la suspensión de manera repentina y global de toda actividad sin fecha aparente de retorno y justo en el momento del inicio de una nueva campaña.

La pandemia originada por el Covid19 ha sido un verdadero tsunami que arrasó el futuro inmediato de artistas, promotores, salas y trabajadores del sector, y del que costará mucho recuperarse.

Concierto de Lola Indigo en  la “Nueva Normalidad”.

Durante estos dos últimos años hemos asistido a una precariedad que ha obligado a promotores, artistas y salas a reinventarse, enfrentándose a los parones de las distintas oleadas y reduciendo aforos cuando un balón de oxígeno, desde los distintos organismos reguladores, les permitían realizar su actividad.

En el caso de los promotores de espectáculos; hubo que aplazar los grandes festivales y actuaciones de gran aforo devolviendo taquilla o canjeado para futuras ediciones, o batirse el cobre con patios de butacas en espacios al aire libre manteniendo las distancias y con los debidos controles para evitar la propagación del virus.

Si hablamos de los artistas; cancelación y postergación de las respectivas giras o, en algunos casos,  reducción del formato de las presentaciones en directo para adaptarse a las limitaciones de amortización y a tener un público sentado. 

Las salas sufrieron innumerables restricciones y controles; cierre de las pistas de baile, obligatoriedad de estar sentados, cupos de convivientes, reducción de aforos y adaptación sanitaria para seguir los estrictos protocolos.

Todos adecuando horarios según las exigencias del momento, todos rezando para no sufrir un nuevo toque de queda y pidiendo a los usuarios que cumpliesen las normas y que respeten las medidas para poder paliar la crisis y salir de una vez de esta situación crítica donde algunos los señalan como culpables.

Perseverancia e ingenio. Actuación del grupo The Flaming Lips durante la pandemia.

En los primeros compases de la llamada “Nueva Normalidad”, poco antes del verano de 2020,  más allá de los problemas estructurales del sector y de las limitaciones impuestas; la cuestión era saber cómo reaccionaría el público tras la cuarentena. La perspectiva no era buena, la situación laboral no era para nada propicia y el turismo extranjero apenas llegaría; pero por otro lado no poder salir del país por las restricciones y no haber gastado más allá de casa; resultó ser una ventaja y los destinos veraniegos se llenaron de turismo nacional. Hasta que en el ecuador de ese verano llegó “la segunda ola”, y cuando parecía estar controlada;  las compras de otoño y la Navidad nos devolvió de nuevo a una realidad de alarmas rojas.

Todo parecía indicar, así nos lo aseguraba la OMS, que la solución estaba en la inmunización, y al fin llegó la esperada vacuna. Gracias a la coordinación entre administraciones, la dedicación y el esfuerzo del personal sanitario y a la responsabilidad ciudadana, en meses;  más de la mitad de la población tenía la pauta completa, el sector atisbaba un rayo de luz entre las nubes grises y se disponía a acometer una nueva campaña “a medio gas” a la espera de reencontrarse con el gran público. 

La actividad retornaba a los estadios de fútbol, pero no duró mucho la alegría. En otoño llegó el “Omicron” y “la sexta ola”, y más restricciones, toques de queda e incluso confinamientos en algunos lugares. Las entradas y abonos que  comenzaban  a venderse, tras esta travesía en el desierto; se frenan en seco. Otro golpe más en la línea de flotación de un sector al borde del colapso.

Imagen de “Vacunódromo” en la ciudad de Alicante . Comunidad Valenciana

Ahora que se cumplen los dos años desde que se inició la crisis sanitaria parece que por fin cerramos el ciclo. Más del 85 por ciento de la población española está vacunada y los datos de los expertos indican que la situación no es la misma que antes. La nueva variante parece no producir los mismos estragos en la salud de los contagiados y en las últimas semanas los casos no dejan de descender y las altas se suceden en los hospitales. Muchas Comunidades Autónomas ya han tomado medidas que principalmente atañen a nuestro sector y que  nos devolverán  el espectáculo con toda su grandiosidad para  disfrutar de esa catarsis generada por decenas de miles de espectadores bailando, cantando y compartiendo experiencias inolvidables sin más restricciones que la mascarilla, de momento.

La Generalitat Valenciana anunció el pasado 21 de febrero el final de la obligatoriedad del pasaporte covid, de la restricción de aforos en interior y la vuelta a la normativa anterior para grandes eventos al aire libre.

Tras esta larga travesía en el desierto, de arranques y paradas en seco, de indecisión y desamparo para aquellos que viven de intentar que la gente disfrute y socialice; volverán a arriesgar trabajo y patrimonio, sin dejar de tocar madera; con el único objetivo fijado en la campaña 2022. Las redes sociales, las paredes de las ciudades, las marquesinas publicitarias y los medios de comunicación se llenan de anuncios de futuros eventos. Las giras internacionales vuelven a nuestro país y nuestros artistas retoman sus actuaciones en el extranjero.

Ilusionados, pero manteniendo la cautela;  artistas, productores, promotores y propietarios de salas  opinan, que a pesar de la coyuntura económica; el público tiene ganas de disfrutar de lo que le han privado durante tanto tiempo.

La Unesco ha subrayado en multitud de ocasiones la importancia social y económica de la cultura, que considera “un motor potencial para el desarrollo y un vehículo para reducir las desigualdades”. Ahora que al fin vemos la salida a esta crisis; toda la industria debería de ser capaz de generar ilusión con proyectos que conectarán físicamente a millones de espectadores.